Lobachevski* creía firmemente en que para hacer bien una cosa hay que saber ejecutarla o comprender cómo se ejecuta, pues es la única manera de poder criticar el trabajo de los demás de un modo inteligente y constructivo. Como hemos dicho, la Universidad era su vida. Cuando el gobierno decidió modernizar los edificios y añadir uno nuevo, Lobachevski tomó a su cuidado que la obra fuera realizada del modo más perfecto sin que se derrochasen los fondos votados. Para cumplir esta tarea aprendió arquitectura. Tan grande fue su dominio de la cuestión que los edificios no sólo fueron adecuados para el propósito a que se destinaban, sino que se dio el caso, casi único en la historia, de que fueron construidos con menos dinero que el calculado.
E. T. Bell “Los grandes matemáticos“, p. 333. Editorial Losada, Barcelona, 2009.
Nota del editor: He cambiado la transcripción alemana del nombre de Lobachevski, Lobatchewsky, por la más usual en castellano, Lobachevski.